El arzobispo sudafricano Desmond Tutu contó la siguiente historia en un discurso pronunciado en 1987.
En cierta ocasión un hombre negro reprochó a Dios el hecho de que lo hubiera creado así. ¿Qué clase de color es este que me has dado, oscuro y feo a más no poder? Por no hablar de mi pelo lanudo y de esta narizota chata que me has puesto de un manotazo en medio del rostro? Cuando terminó sus quejas, un vozarrón imponente le contestó: Hijo mío, te he situado en mi propio Jardín del Edén, en África. ¿Puedes imaginar lo que sería de ti si tuvieras la piel más clara bajo el maravilloso y fuerte sol africano? ¿Y cómo podrías oler los primorosos aromas de mis magníficos jardines si tuvieras una naricilla insignificante? Y si tuvieras el pelo liso y largo, ¿cómo te las arreglarías para correr como una gacela por mis tupidos bosques africanos? El hombre negro entonces le contestó: Dios mío, ¿puedo decirte una cosa? Si, claro, le respondió Dios. Y el negro dijo: Pues que vivo en Philadelphia.
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